LA QUEJA
¿Somos una sociedad que se queja? Si, seguramente. ¿Está mal quejarse, está mal reclamar? No siempre está mal. La queja, el reclamo, es un derecho que tenemos los ciudadanos. Sin embargo, hay dos tipos de quejas: la del me quejo porque simplemente me gusta quejarme, y la del me quejo porque de otra forma no cambiarían muchas cosas que podrían estar mejor o se evitaría aquello que podría producirse y afectarme directa o indirectamente. Es esta editorial un elogio de la queja, pero de la queja fundada, del reclamo responsable, del reclamo porque es necesario reclamar para que algo cambie o para que algo no suceda. Una escritora británica solía señalar: Nadie se queja de tener lo que no se merece. Quienes se quejan, lo hacen porque pretenden que no le arrebaten lo que tienen, en muchos casos, derechos básicos, o que no le quiten la ilusión de lo que podrían tener. No está mal reclamar cuando la queja es fundada. Es real que somos una sociedad quejosa, pero así y todo somos una sociedad pacífica. Si así no fuera, seríamos una sociedad totalmente indiferente, aunque una parte de esta, hay que señalarlo, es de hecho indiferente. Muchos señalan que no sirve de nada reclamar, protestar, quejarse, que lo hecho, hecho está, y que, en todo caso, y allí se plantea el perfil indiferente de una parte de la sociedad, que también existe, si algo no la afecta directamente, la queja es una especie de acción sin sentido. Nunca la queja es una acción sin sentido, excepto la de quienes se quejan, aunque se quejen de llenos, pero también ellos, obvio, tienen derecho a quejarse…
LA PRIMERA PIEDRA
De chiquitos, a muchos nos enseñaron que el único ser perfecto es Dios. Sin embargo, muchos se consideran impolutos, sin pecados de los que redimirse. Son los dueños de la perfección. Eso sí, puede que concurran a la iglesia los domingos, se golpeen el pecho, y crean salir limpios de pecados, como si nada hubiera sucedido. Pero la conciencia individual es la que todo lo observa. Alguien decía: “Para que tu mano derecha ignore lo que hace la izquierda, habrá que esconderla de la conciencia.” Todos, los seres humanos, tenemos un pasado, y en ocasiones, ese pasado no es un lecho de rosas sin espinas. Todos tenemos errores, asumidos por algunos, aunque no por otros. Todos los seres humanos, ejecutamos, en algún momento, una acción que puede dañar a otra persona, a varias personas, o al conjunto de la sociedad. Y demasiados parecen tener verdades absolutas. Vivimos en una sociedad en donde los jueces abundan, y en donde sobran los fiscales. Es una sociedad que condena, en ocasiones sin pruebas concretas, o que absuelve sin pruebas concretas. En la dirigencia esto existe, ¡vaya que existe!, porque la dirigencia es parte de la sociedad. Y existe, por supuesto, también la doble moral como costumbre. Muchos se rasgan las vestiduras, sin considerar sus propios pasados: que apoyaron y como lo apoyaron, que hicieron y como lo hicieron. El problema no es aquello que apoyaron y como lo apoyaron, ni aquello que hicieron y como lo hicieron, sino que parece que eso que hicieron se hubiera borrado del disco rígido de sus propias existencias. No asumen que apoyaron lo que apoyaron, ni que hicieron lo que hicieron. Es más, parece que hubieran nacido ayer, y que su vida comenzara hoy, o hace algunas semanas. No existen autocríticas, ni miradas de lo que se hizo. Muchos, demasiados, observan sus vidas, solo con los aciertos pero no con los errores. El disco rígido, en esas personas, tiene muchos datos borrados. En esta sociedad, y en la dirigencia que tiene esta sociedad, al parecer repleta de perfectos e impolutos, “el que no tenga pecados, que arroje la primera piedra”. ¿Cuántos se animan a hacerlo?
SALVARSE
Individualismo o colectivismo. Eterno dilema de las sociedades y sistemas económicos. Pensar en el bienestar de uno o pensar en uno sin dejar de pensar en el bienestar del resto. No se trata, en todo caso, de una cuestión ideológica, ni siquiera eso, sino de una cuestión pragmática. En la película Sicco, del estadounidense Michael Moore, este compara a diferentes sistemas de salud: el de los Estados Unidos, el de Canadá, el de Francia, el de Inglaterra, y el de Cuba. En dicha película documental, Moore entrevista a un empresario de Canadá, país en donde la salud es “socializada”, o sea pública. Moore le consulta acerca de su ideología. El hombre le responde que es “conservador”. El periodista y documentalista, asombrado, le indica que no comprende que siendo conservador esté de acuerdo con dicho sistema. El hombre le responde que eso no tiene nada que ver ya que en su país se considera a la salud como un bien público, o sea de todos, y esa es la política de Estado, sea con gobiernos conservadores o progresistas. Para aclarar: en Argentina existe un sistema mixto, con prestaciones privadas pero también con atención pública, a diferencia de lo que sucede por caso en los Estados Unidos, objeto del cuestionamiento final que posee la película de Moore. No obstante, esta editorial no alude al sistema de salud. En todo caso, en la Argentina, quien no tiene una obra social puede acudir a un centro público, y quien la tiene puede atenderse en un centro privado. Nadie se queda sin atención. Y es interesante que así sea, más allá de que puede optimizarse dicho sistema. Esta editorial solo adopta ese pasaje de Sicco, como un ejemplo de cuando existen políticas de Estado y la sociedad piensa en colectivo. Es histórico aquel “sálvese quien pueda”. Cuando un país, una sociedad, logra un beneficio colectivo, este se traslada a cada integrante de la misma. Pensar en uno, obviamente, sin dejar pensar en el resto. No es que se salve quien pueda, sino que puedan salvarse todos…
PALABRAS
Malas palabras, ¿qué son las malas palabras?, me interrogaba ayer. ¿Por qué?, porque en los últimos tiempos, las llamadas “malas palabras”, se escuchan no solo en la calle, se utilizan en las charlas cotidianas, sino que se expanden en algunos medios de comunicación, como algo que ya es habitual, como algo que es inevitable. Hay quienes hacen uso de las que conocemos como “malas palabras”, y su impacto no genera molestia, porque las pronuncian inclusive en un contexto en el que hasta no suenan procaces. Es más, como bien lo señala una publicidad, las malas palabras ni siquiera ya se utilizan para insultar, sino que algunos las utilizan a modo de elogio, aunque suene casi paradójico. Se puede, con ellas, aludir a una persona, por lo que hace en su actividad, y puede ser a modo de insulto o de admiración. No obstante, las formas lingüísticas, siempre serán una preocupación social permanente, representarán casi una molestia auditiva, para muchos, aunque existan otras malas palabras en el diccionario del vocabulario nacional a las que ya nos acostumbramos y que son ofensivas socialmente. Hambre, exclusión, corrupción, inseguridad, evasión, explotación, entre otras, son también malas palabras, que no pueden sonar mal auditivamente, pero que son socialmente demasiado erosivas. Desde hace décadas, esas malas palabras también son tan comunes como las otras. Nos hemos acostumbrando a las mismas, como nos estamos acostumbrando a las otras. Las denominadas “malas palabras”, las primeras, pueden sonar mal al oído, pero las segundas, suenan mal al corazón, porque decididamente son dañinas, molestas, y revelan una realidad que golpea. Malas palabras hay muchas, las procaces, son en ocasiones, si no se ataca a una persona, casi inofensivas, las otras representan lo peor que tenemos, aunque solo sean unas simples palabras.
SOÑAR
Yo creo en los Reyes Magos, por eso me indigna, cuando algunos, en tono burlón, se mofan: “Vos todavía creés en los Reyes Magos”. No se percatan de que haber perdido esa ilusión de esperar por los Reyes Magos, es haber perdido los sueños y utopías. Existen. Basta con haber observado la ilusión en los ojos de los chicos. Yo creo en los Reyes Magos, porque en esos chicos, se refleja el chico que fui. Por eso creo en los Reyes Magos, porque encontré a muchos adultos entusiasmados por el entusiasmo de los chicos, y si ese entusiasmo es contagioso, quiere decir que los Reyes Magos pasaron. Creo en los Reyes Magos, porque desde niño esperé por ellos, y porque de grande, reparo en que los Reyes Magos no alcanzan a llegar a todas partes, y como no pueden hacerlo, alguien alguna vez me dijo, que con mucho o poco, muchos los ayudan a llegar a todas partes. Creo en los Reyes Magos, porque sé que aún antes o después del seis de enero, tienen a sus ayudantes, que parecen personas comunes aunque no son tan comunes: son aquellos que se preocupan en ayudar al resto de las personas. Los Reyes Magos pasan entre la noche del cinco y la mañana del seis, pero están en cada sueño, en cada ilusión, en cada esperanza, en cada utopía porque somos más humanos cuando soñamos, cuando nos ilusionamos, cuando nos esperanzamos, y cuando construimos esas utopías. Por eso yo creo en los Reyes Magos. Existen, porque todo eso todavía existe. Ellos son solo tres: Melchor, Gaspar y Baltazar, pero quienes los ayudan, no solo en estos días de enero, sino en todos los días son, por suerte, millones. No saben lo que se pierden todos aquellos que dejaron de creer en los Reyes Magos. No saben que triste es perder la capacidad de soñar.
EL FUTURO
La construcción de una catedral del medioevo significaba una labor titánica, abordada por toda una comunidad y bajo el impulso de un maestro o genio creador. Era la Edad Media, no existía Internet y no existían los entretenimientos de hoy. El transcurso del tiempo era más lento. El genio humano debía entretenerse, abocarse a una tarea que trascendiera los quehaceres cotidianos y que, incluso fuera recordada después, daba un sentido a la existencia, suponiendo un reto a la inventiva, esfuerzo y capacidad de imaginación. Hablamos de catedrales, como podríamos hablar de otras estructuras de la antigüedad. En el contexto social e histórico de entonces, no eran cuestionables: era en lo que se creía. En donde se levantaron obras como estas, representaban monumentos de culto social. Lo de las catedrales es solo una metáfora. Vale entonces como eso. Comenzaban haciéndolas los padres, conociendo que las proseguirían sus hijos, luego sus nietos, para que pudieran disfrutarlas sus bisnietos. Así las hacían y hoy continúan asombrando. Esas obras tardaban más de un siglo en concluirse. Para que se comprenda: quienes comenzaban la construcción, conocían que a esas obras finalizadas no la disfrutarían ellos, sino su descendencia. Y disfrutaban de hacerlo, porque de alguna manera estaban construyendo el futuro. Conocían perfectamente que ellos no verían el fruto de sus trabajos, pero disfrutaban del mismo porque era algo más que un trabajo. Construían para mañana. Es interesante pensar en ello, cuando se iniciará un nuevo año y cuando intentamos construir un país no desde el cortoplacismo, en tiempos que corren demasiado rápido. Y no estaría mal analizarlo así, porque hasta una parte de esa mejor historia, en este tiempo, también podríamos disfrutarla nosotros. Padres, hijos y nietos, que piensan en los bisnietos. Esa es la vida que nos trasciende. Que en el año que se inicia comencemos a imaginar un futuro no solo a corto plazo, sino pensando en construirlo con un país mejor para las nuevas generaciones…
CON MALVINAS NO SE JUEGA
Para muchos, resulta un tema sin trascendencia. Para otros no. Me incluyo. Un programa de la televisión británica, que se difundió ahora, que dijo ¿por casualidad? en las placas de sus vehículos, existían dígitos que aludían exactamente a las siglas de Malvinas por su nombre en inglés; al año de la guerra y, como si eso no bastara, otra coincidía con la cantidad de soldados argentinos muertos. La grabación fue en Tierra del Fuego. Los integrantes fueron literalmente echados del país y recibieron un escrache. El gobierno de Usuhuaia los declaró personas no gratas. Pasaron a Chile, en donde, claro, los trataron muy bien. El programa es así, provocador, y busca con ello, estrategias de marketing. Lo hizo en muchos países. Lo hizo aquí. Buscaron eso y lo lograron. Ahora bien, ¿eso justifica que se mofen de una herida que continúa abierta para la Argentina, con los veteranos, y especialmente con las familias que perdieron a un ser querido en la guerra? ¿Qué sucedería si un equipo televisivo argentino llegara al Reino Unido, y adoptara la misma actitud sobre los bombardeos que sufrió Londres por parte de cohetes alemanes en la segunda guerra mundial? ¿Qué sucedería si la provocación tuviera relación con los caídos ingleses en Malvinas? Esto no tiene relación solo con el marketing, sino con heridas de la atrocidad que es una guerra. Tampoco tiene que ver con gran parte del pueblo inglés, que ni siquiera –aseguran– habla de Malvinas. Hay cuestiones con las que no se juega. Y para muchos argentinos –me incluyo- con Malvinas, con quienes se quedaron allí, con quienes retornaron, con quienes fueron heridos, no se juega. Con el dolor no se juega. Que hayan pasado a Chile y que el programa hable maravillas de Chile, no es extraño. Pero lo más grave, no es la provocación del programa inglés, sino el doble discurso de algunos argentinos, hipócritas, quienes los 2 de abril se rasgan las vestiduras hablando de los héroes de la guerra, del recuerdo y del dolor, pero en simultáneo minimizan lo sucedido, porque solo, dicen, es un programa provocador. ¿Qué se lo expliquen a quienes lo sufrieron en carne propia, a los que volvieron o perdieron a un ser querido? No es chauvinismo. Es sentido común. Con Malvinas y con la guerra no se juega…
LEY Y TRAMPA
“Has lo que yo vi, no lo que yo hago”. Esa frase podría plantearse perfectamente en muchos argentinos que suelen viajar al extranjero. No es la primera ocasión que esto se plantea en esta editorial. Y se plantea porque es algo que continúa. No es algo que cambie, más allá de que existan personas que adopten actitudes de compromiso con la sociedad en la que viven. En infinidad de oportunidades, escuchamos acerca de la conducta ejemplar que existe en otros países: que no se ve un papel en la calle, que el peatón tiene si o si prioridad de paso, que las normas se respetan porque de lo contrario la ley no discrimina entre ciudadanos comunes o poderosos, y un sin número de virtudes que, al parecer, los argentinos no poseemos. La paradoja, es que muchos, seguramente, de quienes lo señalan, llegan aquí y hacen todo lo contrario. El argumento: si arriba cumplen poco o no cumplen con la ley, entonces es imposible que abajo lo hagan. No es excusa. Nunca es excusa. Cada ciudadano está obligado a cumplir con la ley escrita y con las normas de convivencia social no escritas, pero que son fundamentales para crecer y exigir. Si muchos de los de “arriba” no cumplen con lo que la sociedad espera de ellos, eso no habilita a que el resto haga lo mismo. Si existen hechos reprochables en ciertos niveles del Estado, eso no implica que el resto de la continúe con aquello de que “vivimos en la Argentina, y hecha la ley, hecha la trampa”. La ley no está hecha para hacerle trampa, porque nos estamos haciendo trampa a nosotros mismos. Ergo, en la trampa quedamos todos…
EL AJUSTE DE LOS AJUSTADOS
Se puede vivir, aunque eso no indica que se pueda vivir con lo razonable, sin correr para vivir. Siempre estuvieron quienes señalaron que cada uno debe ajustarse a su presupuesto; a lo que percibe mensualmente como ingreso. Es real, es así. El problema es que en algunos casos, ajustarse a lo que se percibe, es demasiado ajustado y acuciante para millones de personas. Lo real, es que se plantea una receta irreal para la realidad que muchos viven, y quienes lo plantean, lo del ajuste para los otros, seguramente no padecen el ajuste de los ajustados. Lo han hecho algunos gobiernos y lo hacen desde algunos sectores a los que nunca les importó ni les importa en lo más mínimo que se ajuste, mientras ese ajuste sea ajeno, no propio. O sea, son quienes nunca se ajustaron ni se ajustan, pero simultáneamente recomiendan a los otros que deben ajustarse. Son aquellos que siempre recomiendan que cada cual, debe ajustarse a lo que percibe y son aquellos, además, que están de acuerdo con los ajustes sociales, siempre que los ajustes sean sociales, pero no en la parte social en la que ellos se encuentran. Mucha hipocresía. Muchos no solo esperan contar con un ingreso digno, sino con dejar de escuchar ese eterno doble discurso del poder político, el poder económico y el de una parte de la sociedad. Hay consejeros de como ajustar el gasto público y siempre ajeno, sin conocer cómo es cuando se corre para vivir sobreviviendo. Así, es muy sencillo recomendar ajustes sobre ajustes públicos y ajenos. Son los eternos consejeros. El resto, históricamente, millones, son los eternos ajustados…
EL EFECTO MARIPOSA Y LA TEORÍA DEL CAOS
Si bien existen quienes quieren o quisieran un estado de caos, y eso no es ninguna novedad, están quienes, y son demasiados, los que quieren un estado de paz, en donde los conflictos se resuelvan por otros medios, que no sea con una sociedad enardecida. Cuando sucede lo que sucedió, por caso en diciembre del año pasado, aún quienes no están de acuerdo con las políticas de Estado, aún quienes no están de acuerdo con un gobierno o con el otro, se entumecieron ante aquellas imágenes. Se les entumecieron los sentidos, el alma, el corazón. No existe, para millones de personas la necesidad de que “eso ocurra”. Muchos argentinos estamos cansados ya de imágenes como aquellas. Las hemos vivido y las hemos padecido en muchas ocasiones, y conocemos perfectamente lo que es la incertidumbre, el no conocer qué puede suceder. Pero como están esos millones de personas que no quieren eso, que se niegan a ser rehenes de la incertidumbre y del caos, están aquellos que sí lo quieren, que actúan o que anhelan que “eso”, vaya a saber qué, suceda finalmente, que el caos se desate, que la anarquía prospere, “que explote todo”, como lo señalan, y en ciertos casos sin ponerse ni siquiera colorados. Son los mensajes masificados de utilidad, las marionetas necesarias para quienes desde las sombras operan para su propio beneficio. No hay que ser inocentes: existen desde tiempos lejanos y cercanos estos grupos, de poder algunos, que generan el caos, que transmiten mensajes solapados, que usan los medios que tienen a su alcance, para generar lo que generan, o sea zozobra. En el marco del descontrol, no todos pierden, algunos ganan, claro. No son la mayoría, puede que sean una minoría, pero son esas minorías que en situaciones de caos siempre terminan beneficiados en desmedro de la mayoría. El efecto mariposa es un concepto de la teoría del caos. Su nombre proviene de una frase: "El aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un tifón al otro lado del mundo". El tema es que siempre alguien promueve ese aleteo.
CHAPAS
Generalmente la sociedad tiene a colocarle chapas a las personas: “que es eso, que es lo otro, y lo otro…” Lo hacen por las posturas ideológicas, u opiniones, o estatus social, o estilos de vida que poseen esas personas. Es cíclico que este tema se presente en esta editorial, porque es un tema que nunca se acaba. ¿Podemos ser los seres humanos jueces y fiscales de los otros? ¿No somos todos seres humanos, con defectos y virtudes, como todos los seres humanos? Si es de piel oscura, porque es de piel oscura; si es pobre, porque es pobre; si es rico, porque es rico; si es linda o lindo, porque es linda o lindo; si es feo o fea, porque es feo o fea; si es flaca o flaco, porque es flaca o flaco; si es gorda o gordo, porque es gorda o gordo; si vive en un barrio pobre, porque vive en un barrio pobre; si vive en un barrio rico, porque vive en un barrio rico; y la lista puede continuar indefinidamente. Si es peronista porque es peronista, si es radical porque es radical, si es militar porque es militar, si es de izquierda por es un “zurdito”, si es de derecha porque es un “facho”. Se estigmatiza porque se estigmatiza, y se cae en la discriminación. Se le coloca chapas a las personas, que son eso o son lo otro, porque yo no soy eso o no soy lo otro. Seguramente es una costumbre tan antigua como el mundo, y como la humanidad, pero eso no implica que esa práctica común en miles de personas, se tome como algo “normal”, “habitual”. Solemos hablar de la violencia, pero la violencia no solo es física, sino que es psicológica y social. Es más, de allí a la violencia física existe un solo paso. Debemos aprender como sociedad a aceptar a los otros, sean quienes sean los otros, y les guste lo que les guste a los otros, siempre que no dañen a otros. Lamentablemente se les suele colocar chapas a las personas, como si fueran vehículos. Debemos ser más humanos. Necesitamos ser más humanos, pero con la parte humana que asume que los humanos no somos todos iguales.
UN CORREO
Diciembre. Final de año. Buscando viejos correos electrónicos, encontré este, con un escrito del monje Benedictino Mamerto Menapace. Dice Menapace: Mi percepción a medida que envejezco es que no hay años malos. Hay años de fuertes aprendizajes y otros que son como un recreo, pero malos no son. Creo firmemente que la forma en que se debería evaluar un año tendría más que ver con cuánto fuimos capaces de amar, de perdonar, de reír, de aprender cosas nuevas, de haber desafiado nuestros egos y nuestros apegos. Por eso, no debiéramos tenerle miedo al sufrimiento ni al tan temido fracaso, porque ambos son sólo instancias de aprendizaje. Y prosigue: Ser feliz es una decisión, no nos olvidemos de eso. Entonces, con estos criterios me preguntaba qué tenía que hacer yo para poder construir un buen año porque todos estamos en el camino de aprender todos los días a ser mejores y de entender que a esta vida vinimos a tres cosas: -a aprender a amar -a dejar huella -a ser felices. Sobre cómo tratarnos, ensaya: Hacernos cariño y tratarnos bien como país y como familia, saludarnos (…), sonreír por lo menos una o varias veces al día. Querernos. Crear calidez dentro de nuestras casas, hogares, y para eso tiene que haber olor a comida, cojines aplastados y hasta manchados, cierto desorden que acuse que ahí hay vida. Nuestras casas independientes de los recursos se están volviendo demasiado perfectas que parece que nadie puede vivir adentro. Y concluye: Dicen que las alegrías, cuando se comparten, se agrandan. Y que en cambio, con las penas pasa al revés. Se achican. Tal vez lo que sucede, es que al compartir, lo que se dilata es el corazón. Y un corazón dilatado esta mejor capacitado para gozar de las alegrías y mejor defendido para que las penas no nos lastimen por dentro. Por suerte guardé aquel correo electrónico. Por suerte no lo deseché enviándolo a la “Papelera de Reciclaje”. Por suerte, puedo compartirlo con todos ustedes…
ESOS ADJETIVOS
Costumbres Argentinas de hablar, y en ocasiones, de hablar por moda, por clichés lingüísticos, incurrimos en ciertas contradicciones, y en ciertas estigmatizaciones en las que no reparamos. En la Argentina, en nuestro país, parece que resultara común elogiar insultando. Es un hijo de… o es un guacho… no siempre es un insulto, sino que paradójicamente puede ser una exclamación de admiración. También es común que se califique a otras personas por lo que tienen o por lo que no tienen, por el lugar en donde viven, por lo de que trabajan. Si no tienen son “esos negritos”, si tienen “son esos ricachones”. Y es contradictorio, porque el que tengan o el que no tengan, no tiene absolutamente nada que ver con el color piel. Puede no tener y ser de piel clara y puede tener y ser de piel oscura, pero eso no implicará que la adjetivación para cada quien en esta sociedad disminuya o cambie. Es una Costumbre Argentina, la de calificar a las personas, en ocasiones con frases que son demasiado fuertes y agresivas. Será “ese borracho”, o “ese drogadicto”, que son enfermedades, o sea adicciones, pero al parecer eso no importa: lo que se dice sin pensar, se continúa diciendo sin pensar, cuando más allá de ser una costumbre se transforma en una agresión sin sentido. Si, es real, se trata de una costumbre, pero eso no implica que no intentemos cambiar esa costumbre, por lo menos en los usos lingüísticos que aluden a otras personas. En ocasiones se habla porque se habla, se califica a otras personas por calificarlas, sin comprender que los aludidos, sean unos, sean otros, son personas que con el tiempo construyen un resentimiento hacia quienes los califican de esto o de lo otro, y se crea un círculo vicioso: lo que se dice, y no se debe decir, genera resentimientos en quienes no tienen hacia los que tienen, y en quienes tienen hacia quienes no tienen; en quienes sufren de adicciones, hacia quienes no las sufren pero estigmatizan a quienes si las tienen. Y lo peor que puede sucederle a una sociedad es el resentimiento…
UN PAÍS SOBERANO
Esta semana fue el Día de la Soberanía. Se recordó la batalla de la Vuelta de Obligado. Pero es interesante también preguntarse ¿qué es la soberanía? ¿Cuándo un país es soberano realmente? ¿Es solamente cuidar las fronteras o es mucho más…? La pregunta es: ¿A qué aspiramos cuando hablamos de soberanía los argentinos? ¿Hablamos de soberanía alimenticia, de soberanía cultural, de soberanía educativa, de soberanía sanitaria? ¿Hablamos de soberanía productiva? Un país soberano de verdad, es aquel que posee todo lo que necesita para que sus habitantes tengan una buena calidad y un buen nivel de vida. Es aquel en donde todos los niños pueden estudiar, en donde todas las familias puedan tener la mejor atención en la salud. Un país soberano de verdad es aquel en donde exista empleo pleno, y de calidad. Un país soberano es aquel en donde el emprendedor observe como su emprendimiento tiene futuro y en donde el trabajador no tiene que correr para llegar a fin de mes. Un país soberano, es un país en donde su dirigencia sea una dirigencia honesta y también su sociedad, sus habitantes, sean también honestos. Un país soberano es mucho más que un país con sus fronteras custodiadas, sino que, además, debe mostrar su economía consolidada, educación para todos, salud garantizada para sus habitantes, y también su trabajo garantizado y custodiado. Un país soberano es mucho más que una batalla de la historia. La misma puede representar un hito en la defensa de un país, pero será solo una parte, como puede serlo un hecho del pasado como “La Vuelta de Obligado”. Un país soberano es mucho más que eso. Estamos Obligados como país a defenderlo de los ataques externos, pero también de los ataques internos, sin dar demasiadas Vueltas.
COMPLICIDAD
Esa complicidad inconsciente de mientras a mí no me toque, no me importa si le toca al otro, o directamente en algo habrá andado o por algo será. No obstante, el compromiso de muchos con sus semejantes, es importante. ¿Qué es el compromiso social? No solo pensar en lo que le toca a uno, sino en lo que pueda tocarle al resto, porque también puede tocarme. Es pensar que no solo importa lo que me ocurre a mí, sino lo que le ocurre al resto. Es decir, no solo voy a reclamar, a peticionar, a gritar lo que quiero gritar, solo cuando algo me afecta o afecta a mi entorno inmediato. Tenemos ejemplos, demasiados, en nuestro país, como seguramente sucede en otros países de aquello de lo que se puede ser cómplice inconsciente o cómplice consciente. Un escritor español le llama a eso la corrupción de los sometidos, que se fundamenta básicamente en el individualismo. Genera complicidades inconscientes de lo que se deja pasar, porque a mí no me pasa. Una vez más citamos en esta editorial a un escritor alemán: Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista, / Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata, / Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista, / Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, porque yo no era judío, / Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.
PENSEMOS QUE PENSAMOS
Si digo Arturo Martín Jauretche, muchos no conocerán de quién les estoy hablando. Sin embargo ha sido una figura relevante en la historia nacional. Nacía un día como el de ayer, por ello, aunque no está muy difundido, se instituyó “El Día del Pensamiento”, precisamente en su recuerdo. Es que Jauretche fue un pensador, escritor y político argentino. Fue figura relevante de la Unión Cívica Radical y del peronismo a partir del llamado “Día de la Lealtad” el 17 de octubre de 1945. Fue el creador del célebre Manual de Zonceras Argentinas. Civilización y barbarie, esa zoncera madre que las parió a todas: Todo hecho propio por serlo, era bárbaro y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizado. Civilizar, pues, consistió en desnacionalizar, decía Jauretche. Descubrir las zonceras que llevamos adentro es un acto de liberación: es como sacar un entripado valiéndose de un antiácido, pues hay cierta analogía entre la indigestión alimenticia y la intelectual. ¿De qué especie de zonzeras nos nutrimos actualmente los argentinos? ¿En qué formato nos indigestan? Las grageas de las zonzeras provienen desde el poder en todos sus formatos, no solo del poder político, sino también del poder económico y del poder mediático. Escribió Jauretche, como el primer historiador revisionista, un número determinado de zonzeras que nos inculcaron desde niños. Lo hizo en su tiempo, en su contexto. Hoy, viendo un rato televisión, realmente se haría un picnic, y tendría para escribir varios libros, reeditados y actualizados. Uno de los grandes hombres de la historia señalaría: “Algún día habrá que ponerse a pensar”. El bombardeo es siempre constante para que pensemos que pensamos lo que algunos manipuladores pretenden que pensemos…
TRADICIONES Y TRAICIONES
Decíamos esta semana, al celebrarse el Día de la Tradición, en recordación del nacimiento de José Hernández, autor del Martín Fierro, que muchos que dicen honrar esa tradición, ese nombre, esa obra, al parecer, se han ajustado más a las recomendaciones de Vizcacha, que a las del Gaucho Fierro. Es más, la pregunta: ¿Cómo se lo consideraría hoy al principal personaje del libro? ¿No se lo colocaría en el bando de los forajidos, más allá de que haya sido un excluido social? ¿No se lo consideraría como una especie de maleante, por resistirse a un sistema que lo expulsaba, en beneficio de unos pocos? José Hernández, mostró a lo largo de su vida una especial preocupación por los sectores menos favorecidos de la sociedad. Ya fuera como poeta, como periodista o volcándose de lleno a la arena política y militar, consagró su vida a mejorar la situación de los gauchos y a la defensa de las ideas federales. De federalismo hoy existe poco y de estigmatización de los excluidos, como los otrora gauchos, demasiado. La sensación, es que muchos que hablan de honrar precisamente a Hernández y no conocen quien era Hernández, pero tampoco leyeron un verso del Martín Fierro. ¿Quiénes serían los gauchos de hoy? Se habla de finalizar con la exclusión y la expulsión social, aunque simultáneamente se cuestiona todo aquello que propenda a mejorar la situación de quienes padecen esa exclusión y esa expulsión. De tradición hay poco y de hipocresía demasiado. Mucho de la boca para afuera. Recordar la obra de Hernández, implica mucho más que revalorizar la costumbre de tomar mates o comer pastelitos, lo que no está mal. Pero es interesante analizar el contexto de una época y trazar paralelismos con el contexto de otras épocas que tuvo y que tiene el país. Hemos hablado o hablamos de la tradición pero no de la traición y de la contradicción entre lo que se dice y lo que se piensa…
EL RACISMO
Solemos hablar de Martín Luther King, un luchador por los derechos civiles, en contra del racismo. El racismo, sin dudas, es un estigma que lleva la humanidad desde que es humanidad. Y está arraigado en el subconsciente de muchos seres humanos: calificar a las personas por su color de piel, y no solamente por su color de piel. Una verdadera locura. Se suele acudir a una ironía, que es la historia de esa mujer que decía odiar al racismo, pero agregaba “Qué culpa tiene esa pobre gente de haber nacido con ese color de piel”. Tal vez muchos no lo sepan, pero hasta la segunda guerra mundial la sangre de personas con piel negra, no era utilizada para las transfusiones, solo por ser personas de piel negra. En la Argentina tenemos lo nuestro, por supuesto, y es histórico: Muchos se preguntan por qué en este país no hay tantas personas afroamericanas, como en Uruguay y Brasil. En las batallas los negros integraban las primeras líneas. Lo que tal vez muchos no conozcan, es que de los negros heredamos varios de los términos que utilizamos hoy como “milonga”, “mondongo”, “quilombo” y tantos otros. Puede que muchos de quienes en la Argentina caminan por sus calles, lleven en sus genes algo de afroamericanos, algo que les pueda molestar a muchos, en una situación inexplicable. Pero como no hay tantos negros, entonces el racismo en nuestro país se expresa de otra manera. Fueron los aborígenes, fueron los gauchos, y hoy son, seguramente no para todos, aunque si para algunos, aquellos que son calificados por su condición socio económica o como suele señalarse “por venir de abajo”. No es extraño escuchar de una persona que “es un negrito”. El racismo, en cualquiera de sus formas, se expresa en todas las sociedades. Lamentablemente se expresa en todas las sociedades. Y en Argentina también.
EL PAÍS NECESITA MÁS GILES
“El que no llora no mama, y el que no afana es un gil”, reza el tango Cambalache, casi como un himno a la picardía argentina, esa especie de metástasis que se ha extendido con los años a la sociedad. ¿Podremos corregirlo? Gil, en una de las acepciones de la Real Academia Española, señala que es el “incauto”. En palabras sencillas, para el vocabulario de la calle, es el “zonzo”, el “manipulable”. Pero aquí, en la Argentina, el “gil” nacional, es aquel que cumple con todo, y especialmente con las leyes. No ser un “gil”, es transgredir las leyes, mofarse de los demás, inclusive de los considerados como “giles”. Pero así y todo, los “giles” argentinos, por suerte, suman demasiados. No son incautos, no son zonzos. Son personas que pretenden un país mejor, más vivible, en donde se cumpla con lo que se dice, y ellos son quienes dan el primer paso, mientras el resto se mofa de los mismos. No piensan solo en ellos, sino en el conjunto, y en las generaciones que vendrán. Paradójicamente, los que se consideran “pícaros”, reciben el aplauso, y hasta el festejo de gran parte de la sociedad. Los considerados “giles”, reciben la reprobación y hasta la burla social. ¿Saben cuántos pícaros pasaron y subsisten en la historia criolla? Tal vez no escuchen el Cambalache, pero es su canción, quizás sin que lo conozcan, de cabecera. Son los herederos del Viejo Vizcacha, el personaje del Martín Fierro que inducía a salivar el asado para que no se lo comieran los otros, o a violentar, de todas las maneras posibles, las leyes, no solo las escritas. Necesitamos un país de “giles”, según la consideración social de los que aseguran que estos nunca llegan a nada. Por supuesto que llegan a algo: a apoyar tranquilos la cabeza en la almohada. Necesitamos un país en donde sumen millones aquellos que se preocupen por ser y no por parecer, que inunden las calles, lleguen a las instituciones, para que el Cambalache deje de estar vigente: No pienses más; sentate a un lao, / que ha nadie importa si naciste honrao.../ Hoy por suerte, a muchos les importa que haya muchos honrados. Ser “gil” en la Argentina, hoy es casi un elogio. Si a usted lo consideran un “gil”, continúe actuando así. El país lo necesita.
NOSOTROS Y ELLOS
Mientras ellos se pelean, nosotros también puede que nos peleemos porque ellos se pelean. Mientras ellos aspiran a llegar o quedarse, nosotros esperamos que gobiernen antes de pensar en llegar o quedarse. Mientras ellos discuten en público, y después, seguramente se estrecharán la mano, nosotros discutiremos por lo que ellos discuten, y seguramente, será muy difícil que después nos estrechemos la mano. Ellos piensan en permanecer o en llegar, y saben que es una pelea pasajera, efímera, porque también conocen que estarán acordando nuevamente. Y mientras todo eso sucede, entre nosotros discutiremos, y difícilmente nos estrechemos las manos nuevamente, porque en nuestro caso las disputas no suelen ser efímeras. Mientras ellos, en este caso, conocen que es una pelea pasajera, porque esto de las peleas políticas efímeras no es nuevo, quienes puede que se coloquen de un lado o del otro, o sea del lado de algunos de los que se pelearon, continuarán peleándose, inclusive después que ellos acuerden y dejen de pelearse. Es real, esas son las reglas del juego de la política. Eso es así aquí y en todas partes. Lo que más preocupa, o más inquieta, es que mientras ellos se pelean, en privado o en público, para permanecer o para quedarse, aún resta un año para definir si alguien se quedará o alguien llegará. Por ello, mientras ellos se pelean, el resto espera que unos gobiernen y los otros legislen, además de pelearse. Porque de eso se trata: ellos deben gobernar ahora, y pensar en su momento en como permanecer o en como llegar. Lo primero es lo primero: gestionar y después lo otro. Y no solo es por ellos. Es por nosotros, a los que se deben ellos, los de un lado y los del otro.
COCODRILOS
Un tema ameritaba una editorial con datos concretos: el cambio de discursos, las lágrimas de cocodrilo de muchos, aunque al daño lo hicieron o lo permitieron. Un caso paradigmático es el derrocamiento de Arturo Illia, uno de los presidentes más honestos y, además, uno de los mandatarios que dejó en su gobierno los mejores indicadores económicos. Sin embargo, muchos que hoy lo elogian, en su momento lo calificaron de “tortuga”. La revista Primera Plana, conducida por Mariano Grondona, mostraba en su portada una manifestación en Buenos Aires portando carteles que rezaban: “Basta Illia”. Decía Grondona, amanuense del poder de entonces, derrocado Illia: La Nación y el caudillo (lo señalaba por Juan Carlos Onganía) se buscan entre mil crisis, hasta que, para bien o para mal, celebran su misterioso matrimonio. En el camino quedan los que no comprendieron: los Derqui y los Juárez Celman, los Castillo y los Illia. Agregaba: Onganía (…) es pura esperanza, arco inconcluso y abierto a la gloria o a la derrota (…) El advenimiento del caudillo es la apertura de una nueva etapa, la apuesta vital de una nación en dirección de su horizonte. “Se van arrepentir de lo que están haciendo”, les había dicho Illia cuando ingresaron armados a la Casa Rosada. Se rieron. No se equivocaría. Algunos, hoy, como el caso de este comunicador, que analiza la situación del país por televisión sin ponerse colorado dice estar arrepentido. Sin embargo, esos arrepentimientos no mitigan la hipoteca que le dejaron a generaciones. Dicen que los cocodrilos, para mantener la hidratación de sus ojos cuando están fuera del agua, segregan un líquido acuoso que mantiene sus ojos en perfecto estado y, aunque desde fuera parece que están llorando, no es que estén sufriendo o que sientan pena por algo. Hay muchos cocodrilos pero con formato de seres humanos que suelen hablar por los medios masivos de comunicación, como sí nada. Los cocodrilos, al menos, son sinceros. Lo hacen por instinto. Los otros, o sea algunos humanos, solo por hipocresía.
TOMAR PARTIDO
Me han preguntado por qué tomo partido por lo sucedido en la Fábrica Militar Río Tercero en 1995. Al relatar un hecho, quien ejerce de periodista, debe tomar distancia, pero es difícil hacerlo, cuando fuiste afectado por ese hecho. Tomo partido, no inventando, sino informando, porque lo viví; no me lo contaron. Porque todos fuimos víctimas de un bombardeo; por mis vecinos y por mi familia; por la verdad; por la necesidad de que este hecho, para los grandes medios, no sea un hecho que sucedió allá, en el interior del interior; porque no puedo olvidar los rostros desencajados por la angustia, el llanto de los chicos y el de los grandes; por las dos ancianas que observé abrazadas desesperadas en la segunda gran detonación. Tomo partido por la recuperación, pero también por el “no olvido”. Por quienes lucharon por mantener viva la memoria; por los familiares que ya no están y que ni siquiera pueden observar un juicio, que aunque incompleto, es por lo menos un juicio. Tomo partido por los gestos solidarios y por aquel hombre, que arrodillado junto a una pila de escombros, entre lágrimas me dijo: “Esta era mi casa”. Tomo partido por la historia de mi ciudad y por mi propia historia. Y porque si no lo hiciera, sería una máquina, no un ser humano. Y especialmente tomo partido por aquella nena de 15 años, que abrazada con una amiga, era alcanzada por una esquirla, Romina Torres; por aquel muchacho de 32 años que intentaba buscar un vehículo para sacar a su familia del infierno, Leonardo Solleveld; por aquella mujer, que intentaba llegar a la casa de unos familiares, para conocer cómo se encontraban, cuando una esquirla la detuvo, Elena Rivas de Quiroga; por aquel docente de la Enet, que junto a otros docentes, habían evacuado el establecimiento para salvaguardar a los chicos, pero no pudo salvaguardar a su propia vida, Hoder Dalmasso; por aquel trabajador de la fábrica, José Varela, que intentaba llegar a su pueblo, Corralito, para decirle a su madre Ramonita que había logrado salvarse, aunque nunca podría hacerlo, porque su corazón se detendría en el camino; por aquella joven de 27 años, que junto a su hermano y su madre, escapaban, cuando un pedazo de metal acabaría con su vida, Laura Muñoz; y por aquel joven de 25 años, que ayudaba a otras personas, cuando un proyectil golpeaba su rostro, Aldo Aguirre. Ellos que no están, se merecen que tomemos partido. Ellos que no están, se merecen este minuto de silencio en su memoria…
MEDIOCRES
La definición de mediocre, es simple: de calidad media. No obstante, conocemos como “mediocre” a aquella persona que no aspira a superarse, sino que, además, aspira a que nadie pueda superarla. El mediocre, en conclusión, está conforme con lo que hace y no pretende mejorar, pero lo que es peor: no acepta y hará todo lo posible para que los demás no aspiren a superarse. Para el mediocre todo está bien como está. No es necesario aspirar a más, y quien coloque en riesgo su pequeño círculo de mediocridad, su puesto, su lugar, será un enemigo declarado y a vencer. Utilizará para ello todas las armas a su alcance: lo denostará, intentará hacerlo quedar en ridículo frente a los demás, llevará chismes sobre esa persona, inventará sobre la misma lo que tenga que inventar, todo sea por evitar que esa persona pueda superarlo. Lo importante para el mediocre no es mejorar, superarse a sí mismo, construir en conjunto, sino destruir a quien intenta ser mejor en lo que hace, porque precisamente es lo que él también hace y no asume que alguien lo haga mejor. No lo acepta. No está en su diccionario de la vida. El mediocre es egoísta, individualista, destructivo socialmente, adulador extremo de sus superiores o chupamedias, como para expresarlo más acabadamente, como se lo conoce habitualmente. En ocasiones nos preguntamos, una y otra vez, porque como colectivo social, como nación, las cosas no salen como deberían, y siempre es como reiteramos una historia de fracasos. Puede que sea porque muchos de quienes conforman este colectivo social son precisamente mediocres, en la dirigencia o en cualquier ámbito. No permiten innovaciones, nuevos desafíos. Solo piensan en ellos mismos, en sectarismos. No asumen a un ser colectivo social como un todo, aportando lo que puedan. Ellos solo esperan sacar sus propios réditos. Será por la mediocridad que estamos como estamos. Ojalá podamos cambiar. Que la mediocridad de los mediocres, algún día, sea solamente un recuerdo.
EL ÓRGANO MÁS SENSIBLE
El radical Juan Carlos Pugliese, cuando era ministro de economía en 1988 al ver que la crisis se venía encima les reprochó a los empresarios: “Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”. Desde aquel momento, quien esté en un gobierno, conoce perfectamente que el órgano más sensible del ser humano es el bolsillo. No hace falta ser muy sabio para comprenderlo. La gente puede elegir con el corazón, pero esencialmente elige y piensa con el bolsillo. La estabilidad, además, es cosa seria, y la certidumbre de lo que vendrá, es más seria todavía. Si no hay estabilidad y si no existe certidumbre, por lo menos en nuestro país, estamos condenados a reiterar la historia, porque el bolsillo es lo que duele más que el corazón. La pregunta, además es: ¿Por qué los argentinos pensamos en dólares? Sencillamente porque muchos observan a la moneda estadounidense como un excelente negocio, y no precisamente son los pequeños ahorristas. Existen ciertos grupos económicos, que siempre han hecho grandes negocios con la subida del billete estadounidense, y son, generalmente, quienes han generado las denominadas “corridas cambiarias”. La devaluación del peso nacional es, sin dudas dar marcha atrás para millones de personas, pero no para todos. Algunos, con las devaluaciones y la consecuente subida del dólar, han ganado millones. Es histórico. “El que apuesta al dólar pierde”, se dijo en alguna oportunidad, y quien apostó al dólar ganó, pero no precisamente fueron los más pequeños, sino los grandes grupos concentrados. Ha tanto ha llegado esa influencia, socialmente, que el pensamiento de la economía, en pesos, parece ser una quimera, una utopía. Lamentablemente estamos demasiado lejos, muy lejos de pensar en pesos. A la sociedad se la acostumbró a pensar en dólares, en verde si lo prefiere, y hoy sucede eso. Pero, además, no pensamos en pesos, porque los antecedentes no han sido buenos, y en la actualidad la realidad es el que peso se deprecia progresivamente. A esto se suma, claro, una gran campaña para que los ganadores de siempre, con las devaluaciones, continúen ganando con las devaluaciones. El órgano más sensible es el bolsillo. No hay dudas. En algunos con las crisis sufre, mientras que en otros, salta alborozado de alegría.
LA VIRTUD DE PENSAR
¿Se imagina que aburrido sería el mundo si todos pensáramos igual? Anoche lo pensaba, mientras observaba las manifestaciones en diferentes lugares del país. Algunos medios las transmitían (y hasta las celebraban), mientras otros medios ni siquiera las mencionaban. Pero eso será motivo de otra editorial. Están quienes piensan que lo realizado por el Gobierno está mal, y quienes consideran que está bien. No todos piensan de igual manera, porque de lo contrario todos se hubieran manifestado, o a la inversa, no hubieran existido manifestaciones. ¿Pensó en alguna oportunidad si no tuviéramos ideas diferentes, y no debatiéramos, y no discutiéramos, claro, siempre respetando la opinión del otro? Por suerte el mundo, la humanidad está compuesta por seres que no piensan de igual manera, ni somos idénticos. Los seres humanos somos distintos por naturaleza, y debatimos porque es natural que así sea. Si no pensáramos, seríamos sencillamente objetos alienados, simples engranajes de una gran máquina. Es interesante pensar, y más interesante es debatir esas ideas, porque eso nos permite pensar. Nos asustamos, en ocasiones, de que se piense tan distinto, por los apasionamientos que se expresan. Pero una cosa es pensar diferente, y otra, muy distinta, es no escuchar la opinión del otro, solo expresar la propia. Por suerte somos diferentes. Por suerte pensamos distinto. Por suerte nos podemos expresar. Por suerte podemos decir lo que sentimos. En conclusión: si usted piensa de una manera y yo pienso de otra manera, y podemos expresar lo que pensamos, crecemos. Podemos disentir, podemos coincidir, podemos debatir, y eso es saludable. Por suerte podemos hacerlo. Lo señalaba un filósofo británico: “Quien no quiere pensar es un fanático; quien no osa pensar es un cobarde”. Pensemos diferente porque somos diferentes. Opinemos diferente, planteemos nuestras visiones, hablemos, pero también escuchemos. Pensar es una virtud, defender nuestros pensamientos es natural, respetar los ajenos debería ser una regla social.